La vida en prisión genera un estrés cotidiano que dista mucho del sentimiento de calma y evasión que ofrece un hotel cinco estrellas. El contacto con los seres queridos es difícil de mantener, y, en ocasiones, incluso alimenta la angustia de la reclusión. Como declara Adel*, encarcelado en Francia: “Siempre te estresas antes de que llegue la familia, te da miedo que les pase algo en el camino. Luego, cuando se van, es demasiado duro emocionalmente, te quedas muy triste”. Las personas a menudo se alojan en establecimientos alejados de sus seres queridos, quienes muchas veces no disponen de los recursos necesarios para visitarlas. Este es el caso sobre todo de las mujeres, para las que existen menos establecimientos específicos.
Las visitas, cuando pueden llevarse a cabo, son limitadas. En Alemania se autorizan dos horas de visita al mes. Estos momentos pueden resultar difíciles tanto para las personas privadas de libertad como para sus familiares. Como declaró Ryan*, antiguo recluso: mis familiares veían ese lugar insalubre en el que vivía, con ese olor a rata muerta, humedad, y suciedad, y los chicles pegados por todas partes. Además, yo no podía dejar de ver la tristeza en sus miradas.
Cuando las visitas son imposibles o se prohíben, quedan las llamadas y las cartas. En Portugal se autorizan 20 minutos semanales para hacer llamadas, y en Italia, solamente 10 minutos. El coste de las llamadas en prisión es exorbitante, con frecuencia mucho más alto que fuera de prisión, como, por ejemplo, en España, Francia y Polonia.
El alto coste de las llamadas es un pequeño reflejo del coste de la vida en prisión. La mayoría de las actividades cotidianas requieren recursos económicos: mantener su higiene, calmar su hambre, escribir a sus seres queridos, ocupar su tiempo.
Las oportunidades laborales para las personas privadas de libertad son escasas y, cuando existen, la remuneración es irrisoria. En Francia, se les paga entre un 20 % y un 40 % del salario mínimo. En España, los salarios oscilan entre 3,20 € y 4,50 € por hora (en promedio entre 200 € y 300 € mensuales) por un trabajo no especializado. Esta remuneración está muy por debajo del salario mínimo interprofesional (SMI), establecido en 1000 € mensuales. En Alemania, en 2023, la tarifa horaria en prisión variaba entre 1 € y 3 €, mientras que en el mercado laboral era de 12 €. Noruega y Portugal tampoco son la excepción.
En prisión, no todos los trabajos son dignos de un salario. En 2022, cerca del 22 % de la población carcelaria de Italia contribuía al mantenimiento y funcionamiento de los establecimientos penitenciarios sin recibir ninguna remuneración, a pesar de tener que pagar 120 € mensuales por su encarcelamiento. En España, las horas extras no suelen remunerarse. En prisión, el derecho laboral se aplica de manera muy parcial, lo que deja a las personas privadas de libertad que trabajan con una protección social insuficiente o inexistente. En Francia, las carencias son graves: no existe la baja por enfermedad, ni la indemnización por desempleo técnico, ni el derecho a vacaciones pagadas. En Noruega, la remuneración de las personas privadas de libertad no está sujeta a las cotizaciones sociales, mientras que en Alemania, aunque sí lo está, se excluye del plan de pensiones.
En prisión, las actividades son muy limitadas cuando no inexistentes: se prohíbe el acceso a internet, se restringen las salidas a los patios, y el material deportivo, si lo hay, suele encontrarse en mal estado. En resumen, nada comparable con el programa de esparcimiento de fin de semana. “Cinco minutos me parecen una hora” afirma Raphaël M., encarcelado en Francia. En Noruega, Johan Lothe, de la asociación Wayback Oslo, explica que, “con frecuencia, las personas privadas de libertad permanecen aisladas en una celda, sin poder acceder a un trabajo o participar en las actividades”. Las actividades recreativas, deportivas o educativas que se ofrecen en prisión son insuficientes con respecto a la población carcelaria y, a menudo, son organizadas por asociaciones, que reciben una remuneración escasa o nula. A pesar de ello, la administración penitenciaria no duda en suspenderlas con frecuencia. En cuanto al acceso a los gimnasios, las listas de espera son tan largas que terminan por desanimar a cualquiera.