¿Es posible dar un giro a la prisión?

Valérie Icard. La normalización del entorno carcelario es solo uno de los aspectos de un proceso más amplio, que comprende otras dimensiones¹. De hecho, para usar las palabras de Dan Kaminski, esta puede considerarse un “objetivo político” que pretende alinear la vida en prisión con la vida al exterior, al limitar la pena a la restricción de movimiento. De manera más tangible, la normalización consiste en atenuar la estructura física de las prisiones ─ocultando o incluso eliminando las alambradas y las vallas, por ejemplo─ y proponer a los reclusos servicios similares a los que se ofrecen al exterior. Por esta razón, algunas de las nuevas prisiones se diseñan como una “pequeña ciudad”.

Sin embargo, el objetivo de la normalización se confronta a varias dificultades. Primero que todo, a la de la idea común de que las condiciones de vida de los reclusos no pueden ser mejores que las condiciones más duras de las personas libres. Este principio de menor elegibilidad se refleja aún en el mito de las “prisiones cinco estrellas”, que surge en tantos discursos.

Podemos considerar que la normalización es un objetivo fundamentalmente descabellado: ¿Cómo imaginar que en una prisión se ofrecen las mismas condiciones de vida que en la comunidad, si se trata precisamente de un lugar separado de la sociedad destinado a aislar a ciertas personas?

Por último, el análisis de la normalización exige ciertas precauciones. Es importante, por ejemplo, que rechacemos la visión estrecha de los derechos de los reclusos, que se resume al confort de la prisión. Además, la normalización no debe ocultar la cuestión central de los desafíos sociopolíticos de la privación de libertad y las funciones latentes de la prisión que identificó Michel Foucault.

VI. Los módulos de respeto son un nuevo régimen de reclusión que surgió en España en 2001, en la prisión de Mansilla las Mulas. La iniciativa cobró fuerza poco a poco hasta institucionalizarse e implantarse en todos los centros penitenciarios del país. Estos módulos, que, en 2017, concernían a cerca del 40 % de la población reclusa, se consideran, hoy en día, la piedra angular del sistema carcelario español.

Según las presentaciones oficiales, el objetivo de los módulos de respecto es fomentar la autonomía y el sentido de la responsabilidad de las personas privadas de libertad. Esto supone ciertas exigencias adicionales, inscritas en el reglamento interior, con respecto al comportamiento y la participación activa en la organización y el funcionamiento del módulo. Las personas reclusas solicitan su ingreso a estos módulos de manera voluntaria y la administración penitenciaria se encarga de la selección.

En este régimen, los beneficios se obtienen a cambio de esfuerzos. Las personas privadas de libertad gozan de ciertas ventajas con respecto al régimen de vida normal, como una mayor libertad de circulación y una oferta más amplia de actividades. Pero antes deben comprometerse, mediante la firma de un contrato conductual, a seguir las recomendaciones de la administración, respetar la normativa del módulo (que va hasta regular la cantidad de calcetines permitidos), participar de manera gratuita en las tareas de limpieza y aceptar que el equipo técnico evalúe su comportamiento de manera regular. El incumplimiento de las normas puede dar lugar a una expulsión.

Los módulos de respeto han tenido éxito en otros países, y, desde 2015 se han puesto a prueba en varios establecimientos de Francia. Sus impulsores califican esta iniciativa de revolucionaria y la administración penitenciaria francesa la reprodujo en el marco de sus reflexiones sobre los regímenes diferenciados.

No obstante, implantar este nuevo régimen en las prisiones francesas planteó varios desafíos. En primer lugar, la administración penitenciaria tenía que lograr que los módulos de respeto resultaran atractivos para los reclusos, a pesar de las normas de comportamiento adicionales; para ello se desarrollaron varias estrategias. En segundo lugar, se debían llevar a cabo los cambios arquitecturales que requería su aplicación.

Este régimen se basa en la concesión de privilegios, por lo que es necesario que exista el reverso de la moneda, es decir, lugares donde se prive a las personas de ellos. Esta lógica de diferenciación de los regímenes de reclusión requiere una separación física entre los módulos ordinarios y los módulos de respeto. La introducción de los módulos de respeto también significa que el personal de seguridad debe replantearse sus prácticas profesionales. En otras palabras, ahora que tienen la facultad para evaluar el comportamiento de los reclusos, también deben ayudarlos.

Por último, mis investigaciones sobre los módulos de respeto en Francia y España demuestran que se basan en una sutil combinación de exigencias de comportamiento y privilegios formales e informales que pueden retirarse en cualquier momento. Este sistema del “palo y la zanahoria” incita a los reclusos a autocontrolarse y a someterse al proyecto institucional. Se trata, pues, de un instrumento nuevo y eficaz para “controlar el comportamiento”.

VI. La profesión de guardia de prisiones cristaliza la tensión entre las misiones de seguridad y de reinserción de la administración penitenciaria, a priori contradictorias. En su trabajo cotidiano, los guardias suelen limitarse a una función de custodia, ya que existen factores profesionales, organizativos e institucionales que les impiden enfocarse en la dimensión social de su trabajo. La mayoría de las veces se les reduce al papel de “llaveros” y se les considera una autoridad negativa que se ejerce esencialmente a través de la represión. Como lo expone la literatura sociológica, a menudo se sienten inútiles y en una posición contraria a la evolución de las prisiones contemporáneas.

En este contexto, se está promoviendo un nuevo modelo de seguridad: la seguridad dinámica, también conocida como seguridad activa. Este concepto compite con el enfoque coercitivo tradicional, basado en la disuasión, el castigo, el control y el aislamiento. Introducido por primera vez en 1985, en el Reino Unido, los órganos del Consejo de Europa lo han adoptado y se ha promovido en las prisiones francesas, escandinavas y canadienses, entre otras.

Este nuevo modelo de seguridad, que adopta un enfoque preventivo, se basa en el desarrollo de “relaciones positivas” entre los guardias y los reclusos. Aquí nos alejamos de la figura del alcaide, que, para mantener el orden, recurre a medios coercitivos y disciplinarios, o incluso a la violencia. La seguridad dinámica también implica una forma de normalización de la relación entre guardias y reclusos, en la medida en que se posibilitan las llamadas relaciones ordinarias y se favorece el diálogo. El establecimiento de un espacio social intramuros se fomenta mediante la introducción de la formación compartida, la resolución de conflictos a través de la mediación, la organización y la participación del personal en actividades (como un torneo de petanca, por ejemplo), pero también a través de medios más informales, como momentos de interacción positiva.

A primera vista, la relación de dominación y coerción puede atenuarse en este contexto. Sin embargo, hay que subrayar que este enfoque no descarta los objetivos principales de la prisión. De hecho, las relaciones positivas entre el personal y los reclusos tienen por objetivo optimizar la seguridad interna, pues se considera que conocer al recluso les permite anticipar su comportamiento y sus reacciones.

Como explico en mis estudios, la seguridad dinámica permite en realidad reforzar la autoridad del personal de seguridad. Al mostrarse más comunicativos y paternalistas con los reclusos, su autoridad ya no se ejerce únicamente a través de medios coercitivos y disciplinarios, sino también mediante una forma de soft power. Así pues, la seguridad dinámica forma parte de una estrategia más sofisticada para mantener el orden en las prisiones contemporáneas.