LISVDHE. En el norte de Kivu, existen tres prisiones principales y varios calabozos, uno en cada estación de Policía, sin contar los de los servicios de inteligencia militar.
Nuestras visitas a los establecimientos penitenciarios tienen varios objetivos; el primero consiste en verificar la legalidad de los arrestos. Nos cercioramos, por ejemplo, de que se haya emitido una orden de arresto o una convocación y se hayan respetado los procedimientos. En el contexto actual de guerra también nos concentramos en las desapariciones forzadas, ya que, en ocasiones, se detiene a las personas y luego no se sabe nada de ellas aun cuando se pensaba que estaban en prisión. A veces, las familias con las que nos reunimos nos dicen que llevan mucho tiempo sin tener noticias de su ser querido. En tal caso, visitamos todas las prisiones para comprobar si la persona se encuentra en una de ellas.
Asimismo, velamos por el respeto de los derechos de las personas privadas de libertad y verificamos que se cumplan las condiciones previas para un juicio justo. Revisamos si las personas tienen acceso a un juez o jueza competente para tratar su caso, si los plazos son razonables, si se les somete a torturas, o si han comparecido ante una autoridad judicial. Algunas personas pasan un año en prisión preventiva sin haber puesto un pie en un tribunal. En esos casos, nuestra asistencia legal revisa quién está a cargo de la instrucción y por qué la persona no ha comparecido. Entonces intentamos obtener su liberación en espera de juicio.
La cantidad de magistrado-as es muy limitada y suele suceder que una persona tenga que ocuparse de 200 o 300 expedientes, lo que, desde luego, afecta la ejecución de las decisiones.
También nos interesamos en la alimentación de las personas privadas de libertad. Si bien la ley prevé tres comidas diarias, en la práctica solo comen una vez, y, aun así, es casi por milagro que encuentran algo que comer; a veces tienen que dormir con hambre. Muchas de ellas cuentan con los alimentos que le llevan sus seres queridos, pero, ¿qué pasa con aquellas alojadas a más de 50 kilómetros de su lugar de residencia habitual y cuyas familias no tienen los medios necesarios para visitarlas? Pues, su situación es mucho más compleja.
Por otra parte, también realizamos labores de incidencia ante las autoridades judiciales, abogados y abogadas, y autoridades del país. Exigimos que las cosas cambien, pues es inadmisible dejar que las personas sufran tanto. Aunque hayan violado la ley, tenemos que ayudarlas. Por ello, realizamos campañas de sensibilización sobre los derechos de las personas privadas de libertad. Distribuimos folletos, incluso a agentes de la Policía, y colocamos carteles cerca de las entradas de los establecimientos penitenciarios. Hace cinco años, gracias a nuestra labor de incidencia, el fiscal exigió que a cada persona que ingrese en prisión se le entregue un documento en el que se enumeren sus derechos. Es fundamental que las personas conozcan sus derechos para poder reclamarlos, ya que para nosotros no es posible asegurar nuestra presencia de manera permanente. En este sentido, contamos con el apoyo de tres clínicas jurídicas, asociadas a nuestra organización, que nos permiten garantizar una defensa a las personas privadas de libertad que no cuentan con los recursos necesarios para costearla.