Canadá: “nada se puede hacer sin la sociedad”

Sociedad Elizabeth Fry de Quebec. Depende mucho, en general, de los vínculos que existan antes de su encarcelamiento, así como de la pena. Cuanto más larga sea la pena, más difícil será mantener y reconstruir los vínculos con sus seres queridos. Las mujeres tienen grandes dificultades en prisión porque son un grupo minoritario. Hay pocos centros penitenciarios femeninos y no es extraño que una mujer sea encarcelada a más de 200 km de su casa. Esto reduce en gran medida las visitas debido a la distancia y el coste del transporte y del alojamiento. Algunas reclusas prefieren incluso no ver a sus hijos, pues les parece demasiado desgarrador tener tan poco contacto y verlos solo de manera ocasional. Por lo tanto, prefieren evitar este sufrimiento a sus hijos.

Las administraciones y el personal penitenciario están ahora más sensibilizados sobre las dificultades que enfrentan las mujeres, y desde los años 70 ha habido un gran progreso. En Quebec, existen dos centros penitenciarios para las mujeres: Joliette a nivel federal y Leclerc en Laval a nivel provincial.¹ Estos dos centros ofrecen un programa de convivencia madre e hijo.

En Joliette, los menores pueden, por ejemplo, ser acogidos desde su nacimiento y vivir con su madre, con el consentimiento del cónyuge. La Dirección de la Protección de la Juventud realiza una evaluación previa para comprobar si la madre es apta para cuidar a su bebé. Asimismo, este establecimiento ha puesto en marcha un programa de acogida de menores, en el que los cuidadores están capacitados tanto para trabajar con los niños como para ayudar a las madres con todo lo relativo a las habilidades parentales. Las instalaciones también ofrecen programas de visitas para las familias.

La distancia no es el único motivo de ruptura con sus seres queridos. Una gran parte del proceso de socialización de las mujeres se centra en “cuidar”. Sin embargo, la entrada en el sistema penal está mal vista y las reclusas están mucho más estigmatizadas que los hombres. Para sus familias, la comisión de un delito constituye el punto de ruptura.

Por otra parte, para muchas de estas mujeres las relaciones con su familia ya eran complejas antes de su encarcelamiento. La mayoría de ellas provienen de entornos sociales desfavorecidos y tienen una experiencia familiar difícil, a veces traumática. Algunas ya habían estado en prisión o sufrido de problemas de adicción. En estos casos, los vínculos ya se han debilitado o incluso cortado.

SEFQ. Los centros de reinserción o centros residenciales comunitarios aparecieron en Quebec durante los años 60, pero al principio se reservaban a la población masculina. El primer centro de reinserción para mujeres se inauguró en 1980. Hoy en día existen unos 40, de los cuales dos están destinados a las mujeres y gestionados por la Sociedad Elizabeth Fry. En su mayoría, reciben la financiación del Servicio de reinserción de Canadá y Quebec. Estos centros acogen a reclusas que han cumplido entre un sexto y un tercio de su condena. Se trata de una integración en la sociedad¹ que les permite a la vez preparar su reinserción y su liberación.

Si la entrada en prisión suele ser un shock para las mujeres, la salida es también un momento muy difícil. A menudo, tienen la impresión de que el tiempo se ha detenido durante su encarcelamiento y cuando salen se dan cuenta de que la vida ha continuado sin ellas. A veces hay sorpresas desagradables: un cónyuge que rompe su relación, padres que no desean reanudar el contacto, etc. En ocasiones, las mujeres idealizan su regreso a la sociedad, pero, al salir, se dan cuenta de todo lo que han perdido. Todo lo que las llevó a prisión las espera fuera y deben enfrentarse a ello.

La clave no está en la prisión, sino en la sociedad. Para estas mujeres, es importante integrar estos centros de reinserción, en los que se les brinda acompañamiento y apoyo, y comparten su día a día con otras mujeres que viven su misma realidad. Con esto se consigue un efecto de ayuda mutua e intercambio.

Mantener los lazos familiares es un desafío para las mujeres, a menudo, el más importante, incluso antes de volver a trabajar. La mayoría de ellas se sienten culpables de no haber respondido a las expectativas de la sociedad y de no haber estado presentes en la crianza de sus hijos. Por ello, durante su paso por un centro, ponen mucho empeño en reconstruir esos vínculos.

Una consejera clínica hace el seguimiento de cada mujer y le ayuda a cumplir con las condiciones fijadas por los servicios de libertad condicional, así como con los diferentes trámites que desee iniciar. Como no se permite el ingreso de los familiares en el centro, las residentes pueden ir a visitarlos.

El trabajo se centra en la realidad de cada una de estas mujeres. Algunas vivieron largos períodos de encarcelamiento y mantener los lazos para ellas puede significar, por ejemplo, volver a crear vínculos con sus hermanos y hermanas. Hay que ir poco a poco: después de pasar varios años en prisión es difícil pasar un fin de semana en familia. Otras mujeres han perdido la patria potestad de sus hijos. Si quieren recuperar su custodia, el centro las acompaña en este proceso. Esto implica ayudarlas a encontrar un abogado para que las represente, entender sus derechos y las diferentes etapas de este camino que puede llegar a ser muy doloroso.

SEFQ. Es necesario brindarles un acompañamiento a largo plazo. Por eso, cuando ellas llegan aquí les decimos que el centro siempre estará ahí para ellas. Funcionamos 24 horas del día, los 7 días de la semana. Incluso después de haber dejado el centro, las mujeres pueden llamarnos siempre que nos necesiten. A veces también hacemos breves reingresos para darles un respiro. Es como un centro de crisis.

Nuestra misión también consiste en dar a conocer la realidad de estas mujeres judicializadas, sensibilizar a la sociedad y combatir los prejuicios. Hemos desarrollado todo un proyecto sobre la defensa de los intereses de estas mujeres. Nos reunimos regularmente con la directora del centro penitenciario Joliette para hacer un balance de la situación y hablar con ella sobre las quejas que las mujeres han manifestado. El objetivo es poder proponer soluciones e intentar cambiar las prácticas.

Para el mantenimiento de los vínculos, nada se puede hacer sin la sociedad. Toda la sociedad es responsable de la reinserción de estas personas. Una mujer que sale de prisión no podrá volver a integrarse en la sociedad si es juzgada, estigmatizada o discriminada en su acceso al empleo. Como sociedad nos queda todavía mucho por hacer.

Tenemos que dejar de lado nuestros prejuicios y reconocer que estas mujeres son capaces de superarse, cambiar su entorno, a veces por completo, y renunciar a los hábitos que las han llevado a prisión. Tienen una gran capacidad de resiliencia. Como sociedad hay que reconocer que debemos ayudar, escuchar, dialogar y crear puentes.

Solemos enfocarnos en la responsabilidad individual de la persona judicializada: ha cometido un delito, ella es la culpable y la que debe cambiar. Sin embargo, olvidamos preguntarnos cuál es nuestra responsabilidad como sociedad. Tenemos que aceptar que este problema nos incumbe a todos e interrogarnos sobre los motivos que han llevado a estas personas a prisión, especialmente la pobreza, que suele ser el factor principal. La pobreza ha dejado marcas en el cuerpo de estas mujeres, en el que se refleja lo difícil que ha sido su vida.