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Uruguay: “hay una desconexión total entre la política social y la criminal”

Denisse Legrand es licenciada en Gestión Cultural y tiene estudios en pedagogía en contexto de encierro y en penalidad juvenil. Es la cara más visible de la organización Nada crece a la sombra, que realiza trabajos educativos y otras actividades con personas privadas de libertad. Aunque ve cotidianamente situaciones de miseria y violencia en las cárceles para adultos, sabe, porque también lo presenció, que hay un núcleo duro de dolor en los hogares de encierro de menores, la antesala para muchos de su pasaje al Comcar o al Penal de Libertad.

¿Qué es Nada crece a la sombra?

Es un proyecto socioeducativo que surge en el marco de la campaña de “No a la baja”, que se hablaba mucho de la cárcel como solución a todo y en ese momento resolvimos que capaz lo mejor era trabajar de otro lado, de ese otro lado que se hablaba tanto. El plebiscito terminó y decidimos quedarnos en el territorio trabajando asociados a propuestas educativas y a partir de ahí empezamos a generar un programa que estuvo en cárceles de adolescentes y adultos. Lo que propone son herramientas de talleres socioeducativos como excusa para insertase en la cotidianeidad y el día a día y desarrollar algunas cuestiones como romper el ciclo de violencia, generar otras formas de relacionamiento.

¿Qué encontraron en la cárcel? ¿Era como pensaban?

Creo que todo lo que nos imaginamos de la cárcel no tiene nada que ver con la cárcel en sí. Tenemos un imaginario muy asociado a cosas que vemos, que nos contaron, a un lugar lejos, algo que no forma parte de nuestra cotidianeidad. En realidad uno entra con prejuicios, con miedos. A la primera cárcel que entramos fue al Comcar y lo que más me ha generado a mí, pero también a todo el grupo, es eso de ir perdiendo el miedo e ir tomando un lugar que pasó a ser cotidiano y de cierta confianza. La miseria que hay en la cárcel y que uno se imagina está, existe. Creo que además la cárcel tiene la particularidad de impactar mucho desde el cuerpo. Uno cuando ve una cicatriz o ve una persona sin piezas dentales en nuestro entorno híper integrado llama la atención. En la cárcel todos los cuerpos están o mutilados de alguna forma o lesionados, tienen hasta una determinada forma.

¿La cárcel de adolescentes en algún sentido es más dura que la de los adultos?

Sí. Es muy distinta. La adolescencia es un momento de cambio, de conflictos y demás. El encierro en ciertos momentos de la vida repercute muchísimo más, pasa con las cuestiones de primera infancia y la adolescencia como dos etapas de suma formación. La adolescencia es una etapa de formación y el sistema penal adolescente plantea una forma o una modalidad de formación que es bien dura porque es a través de la violencia pura y dura. El Inisa no hizo una reforma institucional similar a la de las cárceles. Hay algunas problemáticas enquistadas, hasta mafias enquistadas que no salen de ahí, no se rompen y tienen mucho que ver con que expectativa que tenemos nosotros para los adolescentes. Hay que reconocer que a muy poca gente le importa esta problemática, reconocer que no es una urgencia a nivel político, no hubo un trabajo de cambiar ese sistema. Eso genera, entre otras tantas cosas, que haya gurises con 22 horas de encierro. Hace unos meses en Comcar me crucé con un chiquilín, que ya no era tan chiquilín, que habíamos estado con él en cárcel de adolescentes. Tuvo una condena muy larga ahí y lo encontramos en el peor lugar, el ex Ser, y me dijo “esto es un paraíso al lado del Ser”. Difícilmente esa gente pueda romper el círculo y no ir al Comcar, que es el destino directo que probablemente tenga quien sale de las cárceles de menores. Eso pasa en parte porque hay una desconexión total entre la política social y la criminal.

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