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Fuente: El Confidencial

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“Ratas como gatos. Debo pagar para comer”: diario de un español en la prisión de Tánger

En la prisión de Tánger, los privilegios se pagan con paquetes de Marlboro. A cambio de unos cigarrillos, los presos consiguen mejoras de celda, una televisión nueva, un móvil o incluso un cuchillo. Así lo relata Eduardo A., un vizcaíno de 47 años que en 2010 fue condenado a ocho meses por cruzar el estrecho con dos kilos de hachís en la maleta. Durante su sentencia, sobornó con tabaco a tres guardias diferentes a fin de eludir la censura penitenciaria y entregar a sus familiares las hojas de un extenso diario. Espoleado por la culpa y el ansia de redención, redactó 462 páginas sin párrafos y con perfecta caligrafía a las que El Confidencial ha tenido acceso en exclusiva.

Eduardo no creció en una familia desestructurada. Recibió una buena educación, sabía jugar al futbol, era guapo y manitas, caía bien a la gente… Tenía muchas cosas a su favor. Pero la cagó“, relata por teléfono su hermana Vicky, una peluquera que todavía no entiende qué debilidad lo arrastró a las drogas.

Siempre fue presumido”, sugiere. El segundo de cuatro hermanos demostró un gran talento para el interiorismo, comenzó a ganar mucho dinero y se aficionó a los excesos. Prostitutas de lujo, coches de alta gama, fiestas interminables y cocaína, mucha cocaína. Farla, grasa, alita mosca… Una adicción con nombres diferentes que acabó por arruinarlo.

Siempre le daremos nuestro apoyo, aunque seamos muy críticos. Edu nos hizo mucho daño. Se fue aislando con sus mentiras y sus líos y un día desapareció sin dejar rastro“.

Hice cosas que no habría imaginado en mis peores pesadillas. Y todo por la droga. Tenía una familia maravillosa, un trabajo con el que gané mucha pasta, unos amigos únicos… Era el gran Edu, el nano, el puto amo”, reconocía amargamente en una página del diario. Se refugió en la casa de un amigo.

Fue una época dura. Estaba arruinado y un waltrapa me ofreció hacer de mula entre Marruecos y Euskadi”. Aunque las autoridades persiguen ahora las lanchas y avionetas que atraviesan el estrecho a toda velocidad, todavía existe una importante red de silenciosos individuos que se tragan el alijo en el norte de África y lo cagan en la orilla meridional de Europa. En el caso de Eduardo, cobraba 1.500 euros por traer un par de kilos, con la estancia y los gastos del viaje pagados.

La primera vez comí 200 bellotas y me metí dos bolas de 25 gramos por culo. Fue una experiencia tan desagradable que no volví a repetirlo. Decidí esconderlo en la maleta y echarle cara”. Este vizcaíno viajaba al país africano con la excusa de “visitar a una novia” y se alojaba durante una semana en un hotel cochambroso de Tetuán. Recogía la mercancía en pisos del extrarradio, en criaderos de cabras o incluso en las famosas fábricas de cannabis de Ketama. “El último día me llevaban a Tánger, compraba un billete de ferry a Tarifa, que es una ciudad más pequeña y menos vigilada, y me subía en un autobús dirección Algeciras. La tensión de los controles era insoportable y una vez pasada la frontera te venías abajo. Las cárceles españolas son un lujo, en comparación”.

El 12 de septiembre de 2010, durante el séptimo viaje, los gendarmes de Tánger descubrieron su treta. Había ocultado dos kilos y medio de hachís en el interior de unas falsas mancuernas. Fue encarcelado en la prisión civil de la ciudad, conocida como Satfilage, que entonces representaba el principal destino de los presos españoles. Un portavoz de Asuntos Exteriores del Gobierno de España indica que hoy en día este centro únicamente acoge 7 de los 86 reos nacionales que cumplen condena en todo Marruecos. El vizcaíno mandó una misiva a sus padres al poco de llegar, pero el correo debió de extraviarse y no alcanzó su destino hasta meses más tarde. En octubre del mismo año, el alcalde de su municipio natal abordó a los padres de Eduardo, que llevaban dos años sin tener noticias de su hijo. “Ya sé dónde está”, debió decirles.

El Ayuntamiento acababa de recibir una notificación del censo electoral con el remitente de la prisión. Ajeno a este acontecimiento, Eduardo se felicitaba a sí mismo por escrito el 8 de noviembre. “Zorionak, Edu. Ya tengo 40 años (…).

Hoy también cumplo una semana sin comerme las uñas. He tomado la decisión de escribir otra carta a la familia, por mí que no sea, voy a insistir hasta dar con ellos“. Esa misma mañana, sus hermanas acudían a la cárcel con las respectivas parejas. “Aquel encuentro fue súper emocionante. Aunque no estaba planeado, cuadró con su cumple, fue una casualidad increíble. Él no nos esperaba. Lloramos muchísimo”, rememora Vicky. Eduardo retomaría la escritura del diario horas más tarde.

Si supierais lo que habéis hecho hoy, ¡me habéis devuelto las ganas de vivir!“.

El móvil del salafista

Amnistía Internacional lleva años denunciando las irregularidades en las prisiones en Marruecos, que tilda de “extremadamente preocupantes”.
La mayoría de las agresiones denunciadas ocurren durante la detención policial. Muchas condenas se basan en confesiones realizadas sin la presencia de un abogado”, explica la investigadora Yasmine Kacha.
Beber forzosamente el orín de un policía, palizas en furgones de paisano, testimonios forzados… Un informe de la organización recoge 173 casos de malos tratos que presuntamente tuvieron lugar entre 2010 y 2014. Portavoces del Ministerio de Asuntos Exteriores han reclinado valorar el sistema penitenciario del país vecino, pero defienden “la fuerte labor de la asistencia consular”.
Hacemos un seguimiento personal de los 1.023 presos españoles repartidos por todo el mundo”. Eduardo asegura que durante su estancia “solo” daban palizas a los marroquíes, “creemos que tenían orden de no tocar a los extranjeros”.

En una de las visitas, mi hermana llevaba pendientes nuevos y la mujer que nos registraba se los quitó. “For me, for me”, decía. Lo denunciamos en la embajada, pero nadie nos hizo caso”, recuerda asqueada Vicky. Después de cada visita, la familia leía con preocupación los folios que llegaban desde ‘la chambre’.
Somos seis personas en seis metros cuadrados y solo hay dos literas. Dormimos en el suelo y las cucarachas nos pasan por la cara. Hay ratas grandes como gatos, mugre por todas partes y la ducha es un tubo con agua fría. El olor es insoportable. Nos tenemos que pagar la comida y las medicinas con nuestro dinero”. Eduardo recibía entonces la ayuda que el Gobierno de España envía a los presos que cumplen condena en el extranjero. La cuantía depende del país y de la situación económica de cada reo. La suya ascendía a 100 euros, un lujo frente a sus compañeros marroquíes.

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