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Japón: ancianos que cometen delitos para al menos tener compañía en la cárcel

Asus 80 años lleva casi toda su jubilación entre rejas. Desde hace siete, Daiki pasea sus marcadas arrugas y la fragilidad de su cuerpo con la ayuda de un andador por el patio de la prisión de Onomichi (pueblo costero próximo a Hiroshima), adonde llegó por robar un poco de sushi. Reincidente en este tipo de pequeños delitos, fue condenado finalmente a pena de cárcel. Aquel día respiró aliviado. Por un tiempo, ya no tendría que preocuparse de nada.

La soledad y la falta de recursos económicos está empujando en los últimos años a cientos de ancianos japoneses a cometer delitos menores de forma intencionada para poder pasar el resto de sus días en la cárcel. “Aquí les dan de comer, tienen un techo, cuidan de ellos y están acompañados”, explica una trabajadora social de Onomichi, centro de reclusión especializado en personas mayores.

En él trabajan ocho horas al día, sin más descanso que el rato del almuerzo que discurre en un profundo silencio. El desafío en esta institución no es impedir las fugas, sino convencer a los reclusos para que se vayan y no vuelvan.

Desde 2013, las cifras de delincuencia senil superan a las de la juvenil. Japón es uno de los países con menor tasa de población penitenciaria del mundo (47 reclusos por cada 100.000 habitantes), pero también es uno de los que posee un mayor porcentaje de reos mayores de 60 años: uno de cada cinco. El número de delitos cometidos por este grupo social (en su mayoría en supermercados por un importe inferior a 45 euros) se ha cuadruplicado en las dos últimas décadas hasta superar los más de 46.000 anuales.

Para sobrevivir

Un informe publicado por el centro de estudios Custom Products Research, con sede en Tokio, advierte de que existe “una tendencia deliberada para terminar en prisión como forma de supervivencia” entre ancianos que buscan “un techo, tres comidas al día y asistencia médica gratuita ilimitada”. Sus pensiones, en torno a los 609 euros mensuales, resultan insuficientes para pagar alquiler, alimentos y otros gastos básicos. Cada año, unos 6.400 presos salen de la cárcel sin un hogar al que ir y se estima que uno de cada tres reincide y vuelve en un plazo de dos años, según el Ministerio de Justicia nipón.

Para estas personas, una vida en prisión es mejor que la alternativa de vivir solos en libertad. La mayoría suele carecer de vínculos con familiares, amigos o vecinos antes de ser internados. “La falta de apoyo y las dificultades de acceso a los servicios sociales pueden influir más que la pobreza en que estas personas cometan crímenes y reincidan”, aclara Tatsuya Ota, jurista de la Universidad de Keio (Tokio) tras un estudio hecho en las prisiones del país.

Japón cuenta actualmente con 127 millones de habitantes y es el país más longevo del planeta. En 1975, su población era la más joven de la OCDE, con un 8% de mayores de 65 años. Hoy los ancianos representan el 27% y en 2050 supondrán el 41%. “Por primera vez en nuestra historia, las ventas de pañales para adultos han superado a las de pañales para bebés”, anunció hace un año Unicharm, el principal fabricante japonés de productos de higiene personal.

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