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Argentina: una cárcel vieja, mil historias y ocho gatos

Los cuento. Son ocho gatos. Tal vez sean más. Pero a la vista son ocho. Están desorientados y sorprendidos por la visita. Hasta hace poco convivían con el ruido y se alimentaban de las sobras de la cocina o de lo que les daban los presos, pero en cuestión de días la vida cambió para ellos, como cambió su hogar y su entorno: la cárcel federal a la que llaman U9 se mudó y quedó vacía. En cada paso retumba el eco en los rincones porque ya no hay murmullos, gritos ni llantos. Ni siquiera las risas, si es que alguna vez retumbaron. No hay más vida que la de los gatos que deambulan como pidiendo una explicación.

Ahora son periodistas que ingresan por primera vez para conocer el edificio y ver las instalaciones para imaginarse cómo era la vida en un presidio viejo con 200 personas alojadas y otras tantas que las vigilaban.

Hay autoridades penitenciarias que hacen de guías para recorrer una parte de la cárcel que fue y que a partir de ahora se destinará a un espacio urbanístico que se integrará a la ciudad. Los gatos siguen los movimientos a una distancia prudente, desconfiados y tal vez esperanzados en que los nuevos visitantes se queden allí por un buen tiempo y para que todo vuelva a ser como hasta hace unos pocos días.

El lugar es sombrío, húmedo y con un olor a encierro que llega a causar náuseas, pero que a la vez permite entender que en buena parte de ese edificio no entró el sol en más de 100 años. Tampoco el aire fresco.

Paredes descascaradas, pisos que alguna vez tuvieron un alisado de cemento o baldosas y que ahora son apenas un tablero de ajedrez pisoteado. Ruinas que fueron el hogar de muchos, cientos, miles.

Por los pasillos y pabellones vivieron y murieron hombres, todos imperfectos. Asesinos, violadores, ladrones, infelices que pagaron sus delitos con la libertad.

El Pabellón 2 es el lugar elegido para la visita. Se trata de la construcción más vieja de la cárcel que se levantó con fuerza bruta, allá por 1911, cuando Neuquén era un pueblito. Dicen los guías que hasta hace poco estaban alojados allí los presos con buena conducta o con un proceso avanzado. En definitiva, los que no traían problemas. En el piso superior, vivía otro grupo, que lo integraban los que alguna vez pertenecieron a las fuerzas de seguridad y que torcieron su destino. Estaban aislados por temor a que el resto de los internos les hiciera algo, o los matara.

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