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Entrevista

Estados Unidos: los experimentos de la prisión de Holmesburg

Allen M. Hornblum ha investigado la explotación de la que fueron objeto los internos de una prisión de Filadelfia, en nombre de la ciencia… y el dinero.

Allen M. Hornblum ha dedicado buena parte de su vida a descubrir la verdad. Es autor de siete libros sobre temas que van desde las prisiones hasta el espionaje y los deportes. En el ámbito de la justicia penal, empezó como profesor de alfabetización de adultos. Más adelante, ocupó diversos cargos en órganos administrativos y de vigilancia penitenciaria, en Pennsylvania.

En 1990, fue nombrado jefe de personal de la Oficina del Sheriff de Filadelfia, pero dimitió en 1994 para dedicarse a tiempo completo a su investigación sobre los experimentos científicos llevados a cabo con reclusos. Su libro más famoso, publicado en 1998, “Acres of Skin” (“Acres de piel”), investiga los experimentos realizados en la prisión de Holmesburg entre 1951 y 1974.

Desde entonces, ha pronunciado conferencias sobre su trabajo en varias instituciones y ha defendido una serie de políticas, como la mejora de las condiciones de vida de los reclusos, su derecho a disponer de condones y sus derechos reproductivos. Del mismo modo, ha promovido campañas sobre el derecho a la información en materia de medioambiente. En la actualidad, con más de 50 años de experiencia en el ámbito de la justicia penal, continúa presionando a los agentes que jugaron un papel en los experimentos de Holmesburg para que reconozcan su implicación y emitan disculpas públicas.

Prison Insider ha hablado con Allen M. Hornblum para examinar más detalladamente este momento de la historia del sistema penitenciario de los Estados Unidos de América. ¿Qué hace que los internos sean especialmente vulnerables a estas formas de abuso? ¿Cómo se llegó a normalizar estos experimentos y a llevar a cabo durante tantos años? Entrevista.

Parecía que se había producido una violenta guerra de bandas o un enfrentamiento con cuchillos en el patio de ejercicios o en el módulo de celdas.

Lea el artículo de Catherine Mary, publicado en Le Monde, sobre los Experimentos de la Prisión de Holmesburg (en francés).

Leer el artículo

Prison Insider. ¿Qué le llevó a investigar la prisión de Holmesburg?

Allen M. Hornblum. Desde el primer día que entré en el sistema penitenciario de Filadelfia en 1971, una de las cosas que más llamó mi atención fue la gran cantidad de internos que llevaban esparadrapo y vendas. Los llevaban por todo el cuerpo; en los brazos, en el pecho, en los hombros y en la espalda. Parecía que se había producido una violenta guerra de bandas o un enfrentamiento con cuchillos en el patio de ejercicios o en el módulo de celdas. Al día siguiente, pregunté a uno de los guardias de la prisión por qué había tantos reclusos con vendajes. El guardia me respondió: “Ah, eso no es nada, solo son los experimentos con perfumes para la Universidad de Pennsylvania”. Me quedé atónito. Estaban aplicando Arpege y Chanel a los reclusos. No parecía realista que una universidad de las más prestigiosas del país llevara a cabo estudios sobre perfumes con internos. Era una parte profundamente arraigada de la cultura carcelaria que no me esperaba.

En aquella época, la prisión de Holmesburg alojaba a 3000 reclusos. Casi nueve de cada diez eran negros y, los demás, en su mayoría eran puertorriqueños. Todos los doctores eran blancos, con sus batas blancas y su título de Doctor junto a sus nombres.

En la década de 1990, yo estaba al frente de la Oficina del Sheriff de Filadelfia, como jefe de personal, y aún me encontraba con algunos de esos exreclusos. Empecé a hablar con ellos en privado, y a preguntarles sobre los experimentos. Me contaban algo de lo que sabían, pero no sabían realmente a qué producto les estaban exponiendo, qué era lo que tomaban o lo que les inyectaban. Entonces empecé a seguir la pista del personal médico que sabía lo que pasaba allí, pero no querían hablar. Me colgaban el teléfono, me insultaban o me pedían que no usara su nombre. A medida que avanzaba mi investigación sobre el Dr. Kligman, que era el jefe del programa en la Universidad de Pennsylvania, esta se convirtió en una auténtica pasión para mí. Tanto fue así, que dejé mi trabajo en la Oficina del Sheriff de Filadelfia para dedicarme a mi investigación a tiempo completo durante los cinco años siguientes. El resultado, en 1998, fue mi libro “Acres of Skin”. El título se refiere a una frase que el Dr. Kligman usaba constantemente para describir lo que tenía a su disposición: centenares, si no miles, de internos que podía utilizar para cualquier propósito científico. Se aprovechó de ello durante casi un cuarto de siglo.

PI. ¿Qué hace que los internos sean especialmente vulnerables a estas formas de abuso?

AMH. La falta de educación de los internos combinada con su desesperación por obtener dinero forman la receta perfecta para el abuso, si no para el desastre. Cuando estás encerrado, estás en una situación muy vulnerable y precaria. Harás cualquier cosa para salir de allí o para hacer que tus condiciones de vida sean más tolerables. Las condiciones de vida en cualquier prisión son tan malas que los internos se sentirán atraídos hacia cualquier cosa que las mejore o les ayude a ganar dinero. Así, pueden salir en libertad bajo fianza, contratar a un abogado o comprar productos en el economato para mejorar sus condiciones de vida, incluso artículos básicos como cepillos de dientes, dentífrico, toallas o alimentos. Es mejor tener dinero que carecer de él, y esto también se aplica a la vida dentro de las prisiones.

Los reclusos estaban dispuestos a exponerse a substancias desconocidas, sabiendo que esto podía tener consecuencias negativas. Pero confiaban en los doctores. Creían que estaban trabajando con profesionales médicos con principios, de una universidad prestigiosa. Les dijeron que no sufrirían ningún daño. Y que, si algo salía mal, les cuidarían, cosa que no era cierta.

Cuando descubrí los experimentos que se llevaban a cabo en Holmesburg, no dejaba de hacerle preguntas al guardia de la prisión, porque no podía entender cómo era posible una cosa semejante. Al final, me dijo:

“Mire, Sr. Hornblum, usted no lo haría, yo no lo haría, pero estos internos están locos y desesperados por el dinero. Ser un conejillo de Indias en estas pruebas es la única manera que tienen de hacer dinero”.

Si eras tan afortunado como para que te dieran un trabajo barriendo un módulo, podías ganar entre 0.25 y 0.50 dólares al día. Pero si eras un conejillo de Indias para el Dr. Kligman y la Universidad de Pennsylvania, ganabas entre 1 y 1.50 dólares al día. Esta es una cantidad considerable, según los estándares carcelarios de la época. Los reclusos no sabían cómo los habían utilizado antes de que se publicara mi libro. Los doctores nunca les dijeron nada. Es posible que, bajo algunas circunstancias, les dijeran que la sustancia era yedra, una crema para la piel o un medicamento, pero los doctores nunca entraron en detalles. Entrevisté a varias docenas de reclusos, pero no encontré a ninguno que supiera que les habían infectado con el virus del herpes simple o de las verrugas. No encontré a ninguno que supiera que les habían inyectado dioxina o isótopos radioactivos. Un investigador en su laboratorio nunca le dirá a una rata o a un conejillo de Indias lo que está probando en ellos y tampoco se lo dijeron a los reclusos. Los utilizaron como utilizarían a un roedor, sin molestarse en tener una conversación o informar a la criatura de lo que estaban haciendo. Al final, algunos internos los denunciaron, pero perdieron el caso debido a la ley de prescripción, que en el caso de Pennsylvania es de dos años.

El sistema posibilitó el hecho de que se ganara mucho más explotando a los recluso que protegiéndolos.

PI. ¿Cómo pudo normalizarse y extenderse a tal punto esta práctica?

AMH. Al final de la Segunda Guerra Mundial, se redactó el borrador del Código de Núremberg1, pero nadie vio ninguna contradicción entre este y lo que estaba sucediendo en las prisiones. Nadie vio la falta de ética de todo ello. Se las apañaron para autoconvencerse de que el Código era válido para los doctores nazis, pero no para los doctores norteamericanos. Todo el mundo en la comunidad científica, privada y pública, quería hacer avances y adquirir nuevos conocimientos. Para ello necesitaban sujetos sobre los que experimentar. Así es que iban a esos lugares que tenían, básicamente, gente “desechable”, personas a las que no se les daba ningún valor. Los reclusos eran considerados una clase intermedia entre las ratas de laboratorio y los humanos normales. Muchos académicos y doctores se enfadaron mucho cuando en la década de 1970, el Gobierno empezó a retirarse de estas situaciones y a decir: “no, ya no pueden utilizar estas instalaciones”. Empezaron a argumentar que esto iba a representar un retroceso y que iba en detrimento del avance de la ciencia, que iba a obstaculizar los conocimientos. Tenían acceso a un campo fértil y ahora les decían que ya no lo podían utilizar. La comunidad académica y científica creía que estaban en lo cierto y que estaban haciendo el trabajo de Dios.

Las motivaciones que movían estos experimentos eran tanto científicas como económicas. Albert Kligman llegó a Holmesburg por primera vez a principios de la década de 1950 y llevó a cabo, sobre todo, estudios dermatológicos rudimentarios utilizando a los reclusos. Con el paso de los años, sus estudios se hicieron más conocidos y otras entidades científicas y compañías farmacéuticas acudieron a él para preguntarle si estaría dispuesto a llevar a cabo pruebas de medicamentos en fase I. A Kligman le movía el dinero y podía ganar más haciendo esos estudios que lo que ganaba como profesor. Estas pruebas tuvieron lugar por todo el país y con doctores que pensaban como él. La universidad aceptó pasar de la búsqueda del conocimiento en el ámbito académico a hacer dinero. Tuvieron mucho éxito. El sistema posibilitó el hecho de que se ganara mucho más explotando a los reclusos que protegiéndolos. Había más incentivo en la experimentación. Se sentían muy cómodos utilizando a los internos, pues parecía que no le importaban a nadie. Recibieron millones de dólares por el estudio que vendieron a Johnson and Johnson y a otras compañías farmacéuticas.

  1. Conjunto de principios para una investigación ética en la experimentación con humanos, creado por el Tribunal Supremo de EE.UU. tras la Segunda Guerra Mundial. ↩

There was a recognition across the board that this practice was unsavoury, unethical, and needed to stop.

PI. ¿Cómo cesaron estas prácticas?

AMH. Tras el estudio Tuskegee sobre la sífilis 1, la gente cobró conciencia y empezó a reconocer que no deberían utilizar poblaciones vulnerables como sujetos de las pruebas. De repente, personas de todo el país, desde Iowa a California, Minnesota, Nueva York o Pennsylvania comenzaron a identificar a las instituciones que tenían cerca como lugares donde estaban utilizando a los reclusos como sujetos científicos.

Hubo un sentimiento unánime de que esta práctica era infame, no ética y debía cesar. Hoy en día aún tienen lugar algunas formas de abuso, pero no se parecen en absoluto a las de hace 50 o 75 años.

En el último año de Gobierno del presidente Bush, un grupo de académicos, representantes de la industria farmacéutica y funcionarios del Gobierno intentaron abrir de nuevo las puertas a los experimentos en prisiones. Intentaban volver al pasado y revisitar una época muy oscura de la historia médica de este país. Pero personas como yo mismo y otras que estábamos acudiendo a las reuniones iniciales nos opusimos a estas iniciativas. La cobertura mediática inicial fue tan oscura y crítica que el Gobierno puso fin rápidamente a esas conversaciones.

  1. Estudio que, entre 1932 y 1972, llevaron a cabo las autoridades de la sanidad pública de los Estados Unidos sobre un grupo de unos 400 afroamericanos con sífilis. El objetivo era observar los efectos de la enfermedad cuando no se suministraba tratamiento. A estos hombres no se les informó de la naturaleza del experimento. Más de 100 de ellos murieron. ↩

PI. ¿Cómo está la opinión pública promoviendo la rendición de cuentas?

La Universidad de Pennsylvania es una fuerza muy poderosa en la ciudad de Filadelfia. Es una institución académica muy prestigiosa que da empleo a más personas que cualquier otra entidad de la ciudad. No querían reconocer su responsabilidad ni el papel atroz que jugó en los Experimentos de Holmesburg. Durante años, después de la publicación de mi libro en 1998, Kligman y la universidad defendieron que no estaban haciendo nada excepcional porque muchas otras universidades y facultades de medicina contaban con las mismas prácticas.

A mediada que cambiaban los tiempos, sobre todo con las protestas del movimiento Black Lives Matter, las facultades empezaron a reconocer su pasado. Finalmente, hicieron pública una disculpa en 2021 admitiendo que obraron mal. Entonces empezamos a presionar al alcalde, y el Ayuntamiento hizo pública su propia disculpa en 2022. Ahora nos estamos centrando en el Colegio oficial de Médicos, que es el viejo y muy eminente bastión de doctores y científicos que se remonta al siglo XVIII. Nos van a ofrecer una disculpa en breve. Todos estos organismos deberían haber sabido desde el principio que lo que estaban haciendo estaba mal, pero lo consideraron muy beneficioso para sus propios intereses. Su objetivo era conseguir avances científicos e ignorar cualquier cosa que los obstaculizara.

Entrevista realizada por Mehdi Faiez y traducida por Esperanza Escalona Reyes

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