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Un encierro, 13 historias dentro de la cárcel de mujeres de Panamá

Como trabajo de fin de curso, debían hallar un lugar, observarlo por cinco meses y escribir de él. No podía ser un sitio que frecuentaran. La que asistía al taller de molas no podía escribir de él. La creyente católica tampoco podía hacerlo de la iglesia.

Sobre el parque, Zhrea, panameña de 28 años, con cuatro en la cárcel, anotó: “Me he dedicado a observar a las personas que siempre están ahí y todas en algún momento desvían su mirada a lo que tanto anhelamos: la calle”.

Los hogares son los pabellones donde se alojan las reclusas. Del Hogar No. 10, Luisa, colombiana de 22 años, recluida desde hace tres años escribió: “-¡De nuevo la gritadera! ¿Y ahora qué pelean…? Parece que una mujer puso un tanque de comida en el puesto de su vecina, y como aquí casi no hay espacio, tú sabes, cada centímetro vale oro. Es triste pelear hasta un centímetro de cemento”.

El curso era Antropología, dictado por la profesora Eugenia Rodríguez Blanco a 30 alumnas del Técnico en Desarrollo Comunitario, en el Centro Femenino de Rehabilitación Cecilia Orillac de Chiari (Cefere), más conocido como la cárcel de mujeres. Desde 2013, profesores del Centro Regional Universitario de San Miguelito (Crusam) dictan clases en el penal.

Las alumnas tienen la oportunidad de obtener un título universitario mientras purgan sus condenas. Además, pueden conmutar la pena. Cada dos días de clases otorga un día de libertad.

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