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Guatemala: el "tour" que me dieron en una cárcel

Ingresé con personas que visitaban con el fin de brindar algún apoyo social. Muchas personas viven con la gentileza de preocuparse por los privados de libertad. Piensan que sí pueden, de hecho, rehabilitarse. Ellos aseguran que la mayoría no son unos Byron Lima ni unos Taqueros ni nada, sino que pararon allí por errores graves de los que podrían, como la mayoría de los humanos, aprender para cambiar la dirección de su vida.

En la puerta me advirtieron: te van a querer vender cualquier cosa y te van a pedir dinero, tal vez hasta tus zapatos. Vos solo seguí caminando y no les hagás mucho caso. Y justo así fue. Ofrecían llaveros, hamacas, adornos. Como me dijeron, no respondí y, pese a sentirme acorralado, procuré juntarme lo más posible al equipo con el que iba.

Llegamos a un lugar con techo de lámina, sin paredes. Allí estuve en un taller de terapia grupal en el que los ancianos hablaban de sus penas con los abogados penalistas, que les cobraban por recursos que no existían y que les decían que ya mero los iban a sacar, pero que necesitaban otro adelanto. Y cuando menos se daban cuenta, ya no les contestaban y se desaparecían.

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