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España: "cuando entras en la cárcel se para el mundo, dejas de vivir"

Diciembre de 2016. A la redacción de ‘A Vivir’ llegó un sobre en cuyo reverso se podía leer: Centro Penitenciario Alcalá Meco. En su interior había una carta, manuscrita, que contenía una historia llena de desgarro, arrepentimiento y dolor. Una mujer nos escuchaba desde esa cárcel y se había animado a escribirnos.
Decía así:

Estimado Javier del Pino,
Le escribo esta carta desde mi celda y desde el centro penitenciario Madrid I, más conocido entre el pueblo como Meco. Me llamo Anny.
Es de justicia que la ciudadanía sepa como conviven las reclusas en el siglo XXI en España porque hay más cosas en la otra cara de la moneda. La labor de las ONG y voluntarios es maravillosa pero en ocasiones la realidad es otra cosa.
Cada una de las internas tenemos nuestro dolor, razón y verdad y la mía es aceptar que delinquí…

Aquellas palabras no nos dejaron indiferentes.

Muchos meses después, y tras una intensa búsqueda, logramos poner nombre y apellidos a aquella mujer. El siempre caprichoso azar nos permitió conseguir su número de teléfono así que la llamamos y nos citamos con ella. El encuentro tuvo lugar un frío día de febrero, en una céntrica plaza madrileña, aquel día pusimos rostro a Anny. Muy alta y delgada, ligeramente encogida, andaba con determinación. Vestía un jersey negro de cuello alto con unos pantalones ajustados. Su peinado, unas rastas cuidadosamente arregladas, llamaba la atención.
La mañana era gélida, buscamos un bar para conversar y rápidamente empezó a desgranar su vida:

La puta cárcel. Es un lugar hostil por los cuatro costados, dijo.

Poco a poco nos sumergimos en su historia, una historia que es la de miles de mujeres españolas.
Según datos de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias en nuestras cárceles cumplen condena unas 4.400 mujeres, una cifra que contrasta con la de los hombres: unos 50.000. Existen cuatro centros penitenciarios exclusivamente femeninos en nuestro país, el resto son módulos que se crean dentro de centros para hombres.

Un dato interesante: las mujeres solo cometen entre el 7 y el 10% de los delitos, la mayoría de ellos son “delitos contra la salud pública” (tráfico de drogas) además de robos y hurtos. Otro dato no menos interesante: los delitos de sangre son más frecuentes entre los hombres que además suelen cumplir condenas más largas.

El perfil de la mujer que delinque suele ser el de una mujer marginada y maltratada, la mayoría provienen de núcleos sociales deprimidos y muchas han sufrido violencia de género. Y esa violencia es un factor clave en la trayectoria que les lleva delinquir.

A medida que la conversación avanzaba averiguamos que Anny era una de aquellas mujeres, también había sufrido malos tratos: El padre de mi segundo hijo me maltrataba. Un día casi me mata, yo estaba embarazada de siete meses y me agredió con una vara de hierro. Si no llego a saltar por la ventana acaba conmigo, confesó emocionada.
Los expertos demandan más recursos dentro y fuera de los centros penitenciarios para dar soporte y educación a todas esas mujeres y concienciarlas de que son sujetos de derecho. Solo así su reinserción cuando salgan de la cárcel no será una quimera.

La conversación en el bar transcurría tranquilamente. La historia de nuestra protagonista era un alegato frente al silencio en el que viven miles de mujeres:

-¿Quién ha dicho que las cárceles rehabilitan?, alzó la voz indignada.
-Explícame mejor eso.
-Una persona si quiere rehabilitarse puede hacerlo, no tiene que ir a la cárcel para rehabilitarse. Hay personas que lo consiguen pero son las mínimas porque no hay reinserción competente. Entonces, vuelves, ¡según salen, vuelven!.

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