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Benín: la crueldad de la incierta situación de los condenados a muerte

En un nuevo informe publicado hoy, Amnistía Internacional afirma que en Benín los condenados a muerte viven en una situación incierta y cruel desde que el año pasado, por decisión judicial, se abolió en la práctica la pena capital, pero sin conmutar las condenas de muerte ya impuestas.

Los 14 condenados a muerte que quedan han sido informados por las autoridades penitenciarias de que no serán ejecutados, pero se hallan recluidos todavía en terribles condiciones, separados de los demás presos, en la prisión de Akrpo-Missérété, próxima a la capital beninesa, Porto Novo.

“Estos hombres han sufrido ya casi 20 años de reclusión condenados a muerte, con la incertidumbre de despertarse cada día sin saber si será el último”, ha explicado Oluwatosin Popoola, asesor de Amnistía Internacional sobre la pena de muerte. “Se enfrentan a un destino incierto en condiciones de detención espantosas, sin alimentación ni atención médica adecuadas.”

“Las autoridades de Benín deben proceder con urgencia a conmutarles oficialmente la pena de muerte y garantizar que sus condiciones de reclusión cumplen las normas internacionales mínimas. De este modo pondrán fin a la cruel incertidumbre con que estos hombres llevan viviendo casi dos decenios y demostrarán que Benín ha asumido el compromiso de eliminar los últimos vestigios de la pena de muerte en el país.”

Azonhito Yaovi, de 54 años, lleva 28 condenado a muerte, desde que se dictó su sentencia en agosto de 1998. Ha explicado a Amnistía Internacional:

“El temor a la muerte es a menudo peor que la muerte misma. Llevo años preguntándome al despertar: ¿me ejecutarán hoy, mañana, en los próximos meses o dentro de unos años?”

Según el nuevo informe de Amnistía Internacional, los condenados a muerte tienen un contacto muy limitado con el mundo exterior. Sólo se les permite salir de sus celdas cinco veces a la semana, cuando pueden acceder a un pequeño patio, separado del otro de mayor tamaño que utilizan el resto de los reclusos. Reciben sólo dos exiguas comidas al día, que tienen que complementar si pueden con los alimentos que les lleven sus familiares.

Si se sanciona a alguno de ellos por mala conducta, se deja a todos los demás encerrados en sus celdas durante varios días a modo de castigo colectivo.

Fueron condenados a muerte por diversos delitos, como agresión y robo a mano armada, que no cumplen el criterio de “los más graves delitos”, los únicos por los que el derecho internacional permite la pena de muerte.

Asimismo, muchos de ellos afirman que no pudieron apelar debidamente contra su sentencia condenatoria, porque no tenían medios para pagarse un abogado o que jamás les comunicaron el resultado de su recurso de apelación. Todos fueron condenados en 1998 o 1999. Las autoridades deben garantizar que cuentan con asistencia letrada para continuar con cualquier recurso de apelación que tengan pendiente o pedir una revisión judicial de su sentencia condenatoria.

En el informe se pone también de relieve que los presos han padecido enfermedades potencialmente mortales, como malaria y tuberculosis, y que tres condenados a muerte murieron por falta de atención médica adecuada en la prisión de Cotonou, donde estuvieron recluidos antes de su traslado a la de Akrpo-Missérété en 2010.

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