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América del Sur: las mujeres tienen mayor riesgo de suicidio en las cárceles

Un estudio analizó la tasa de suicidio en 10 países durante ocho años y encontró que la tasa de suicidio entre mujeres presas es cinco veces mayor que la de los hombres. La población carcelaria presenta cifras muy altas de problemas de salud mental que llevan al aumento en la incidencia de suicidio.

La tasa de suicidios en cárceles de Suramérica es, en promedio, 3,9 veces más alta que en la población en general, y entre las mujeres el riesgo de fallecer por esa causa es mucho mayor que los hombres, halló una investigación que abarcó 10 países. En particular, en la población femenina encarcelada la tasa de incidencia de suicidio es 13,5 veces mayor que la población en general, mientras que en hombres es 2,4 veces.

El estudio regional, que analizó la tasa en 10 países de la región, contabilizó 1.324 suicidios entre 2000 y 2017, y halló que, en promedio, la tasa de suicidios en las cárceles sudamericanas es de 40 por 100.000 encarcelados. “Las mujeres constituyen una población muy minoritaria dentro de las cárceles. Eso hace que sus necesidades específicas sean, a menudo, olvidadas o invisibilizadas”, señaló Ana Vigna, del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Uruguay).

La experta agregó que, además, las mujeres “presentan trayectorias delictivas distintas de las de los hombres (caracterizadas por niveles mucho menores de reincidencia, así como por una menor gravedad de las ofensas cometidas), que vuelve más necesario aún el uso de alternativas a la privación de libertad”.

La investigación, publicada en Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology, muestra una gran heterogeneidad en los países de la región respecto a esta situación en las cárceles. La tasa promedio anual de suicidios resultó de 441 por 100.000 encarcelados en Bolivia; en Argentina representó 85,8; en Uruguay 80,6; en Chile 41,2; y 20, 4 en Paraguay. La más baja fue es Perú (8 cada 100.000). (Puede leer: Coronavirus: las cárceles de Ameríca Latina, una bomba de tiempo)

Según los autores, esa heterogeneidad puede explicarse, en parte, por las distintas maneras de definir las muertes por suicidio y la metodología empleada para reunir los datos, que en el caso de Bolivia y en Argentina, por ejemplo, procedían de una sola institución, con características particulares. Los países incluidos fueron Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Uruguay, Argentina y Bolivia; Suriname y Venezuela no pudieron ser incorporados por falta de datos.

Las enfermedades mentales, los problemas de consumo de sustancias y las autolesiones fueron identificados como factores de riesgo. Encontraron que tanto la población carcelaria como las tasas de encarcelamiento se elevaron en los dos últimos decenios. Según reveló el estudio, la población carcelaria creció de medio millón en 2002 a 1,2 millones en 2018. En tanto, sobre la tasa de encarcelamiento, Bolivia presentó la más baja, con un promedio de 102 presos por cada 100.000 habitantes, y Brasil la más alta, con 332.

Adrian Mundt, uno de los autores del estudio e investigador de la Facultad de Medicina de las universidades Diego Portales y San Sebastián (Chile), explicó que la población carcelaria presenta tasas muy altas de problemas de salud mental que llevan a una alta incidencia de suicidio. “Los suicidios ocurren dentro de las cárceles, a mayor tasas que en la población general, aún cuando están a cargo del cuidado y la supervisión del Estado. Se requiere mejor tamizaje de riesgo de suicidio e intervenciones de prevención”, agregó.

Para otro de sus autores, Franceso Fritz, investigador de la Charité-Universidad de Berlín y del Hospital Clínico Universidad de Chile, el estudio “muestra cómo, en muchos países, la recopilación de datos sobre los fallecimientos se hace de forma no sistemática y oculta al público, lo que esconde las condiciones bajo las que viven y fallecen las personas privadas de libertad del país”, dijo a SciDev.Net.

Ana Vigna, socióloga, contó que los suicidios constituyen una causa de muerte con fuertes problemas de subregistro que no es privativo del contexto latinoamericano. “La posibilidad de que los suicidios sean catalogados como ‘accidentes’ u otras causas ha sido señalado también en otras latitudes”, agregó Vigna, autora de una investigación en las cárceles uruguayas.

“Estas dificultades para su tipificación se incrementan en la medida en que aumenta la cantidad de presos por funcionario, y disminuye la calificación del personal. También es clave la autonomía y la presencia de los servicios de salud independientes del sistema penitenciario en el relevamiento y constatación de estos hechos”, detalla.

Ramiro Gual, quién investigó las muertes por autoagresión en el Servicio Penitenciario Federal argentino entre 2009 y 2018, destacó la búsqueda de la actual investigación por recuperar de manera rigurosa los escasos datos empíricos disponibles. En Argentina, dijo a SciDev.Net, “al ser un país federal, convive un Sistema Penitenciario Nacional (SPF) con uno por cada estado provincial. Las estadísticas que unifican todos esos sistemas son muy pobres, sobre todo en materia de fallecimientos; solo se tiene información rigurosa sobre algunas jurisdicciones”.

Un dato llamativo es que la investigación asocia el hacinamiento en las prisiones con una menor incidencia de suicidios, debido a la “supervisión entre pares”. “En lugares demasiado hacinados es físicamente imposible suicidarse; ocurre más en reclusión solitaria”, explicó Mundt. No obstante, para Vigna, “la inconsistencia de estos resultados con los obtenidos en países de mayores ingresos deja abierta la necesidad de continuar investigando sobre este vínculo”.

Consultada por SciDev.Net respecto de si el COVID-19 podría ocasionar el agravamiento de la situación, Vigna señala que al contexto carcelario latinoamericano (caracterizado por las malas condiciones de vida en cuanto al acceso al agua potable, la ventilación, el aislamiento térmico), se adicionan ahora la dificultad del distanciamiento social.

La superpoblación, la limitación de las visitas, el difícil acceso a los servicios de salud y a productos básicos de higiene; y “la reducción de actividades laborales, educativas y de recreación, que sirven para disminuir los niveles de violencia y descomprimen el clima de tensión propiciado por el encierro”, son factores de agravan la situación. Para Mundt, “es un gran desafío no resuelto”.